La noche del 13 de septiembre de 2025 en el Allegiant Stadium de Las Vegas se convirtió en un punto de inflexión en la historia del boxeo. Con más de 65 mil espectadores y un ambiente eléctrico que mezclaba mariachis, luces rojas y la expectación propia de una final mundial, Saúl “Canelo” Álvarez y Terence “Bud” Crawford ofrecieron un espectáculo que quedará en la memoria colectiva. El escenario no era cualquier cosa: la primera gran pelea transmitida por Netflix en un formato global, un escaparate que mezcló deporte, entretenimiento y la cultura del espectáculo en su máxima expresión.
Crawford, que llegó desde el peso welter para desafiar al rey del supermediano, rompió todos los pronósticos con una actuación quirúrgica. A lo largo de 12 rounds, desplegó una maestría técnica que dejó al público dividido entre la sorpresa y la admiración. No fue un golpe de suerte ni una hazaña aislada: fue una lección de boxeo. Las tarjetas oficiales lo confirmaron con claridad: 117-111, 116-112 y 115-113. Una victoria limpia, sin lugar a dudas.
El resultado no solo significó la primera derrota de Canelo en “casa”, ante un público mayoritariamente mexicano, sino también la consolidación de Crawford como un fenómeno irrepetible. Con este triunfo, se convirtió en el primer peleador en la historia en conseguir títulos indiscutidos en tres divisiones distintas, dejando su récord en 41-0 con 31 nocauts. Un dato que no es menor: hablamos de un boxeador que ya no compite con rivales, sino con la historia misma.
Canelo, por su parte, salió del ring con un récord de 63 victorias, 3 derrotas y 2 empates. Aunque la derrota dolió, especialmente en el corazón de sus seguidores, su desempeño mantuvo la dignidad de un campeón que no rehúye los retos. Subirse a un ring con Crawford y aceptar el riesgo es también una muestra de grandeza. En el boxeo, como en la política, no siempre se gana, pero lo que se demuestra es el tamaño de los desafíos que uno está dispuesto a enfrentar.
El ambiente en Las Vegas fue un espectáculo paralelo: figuras como Mark Wahlberg y Mike Tyson observaron desde ringside, testigos de un combate que unió al mundo del deporte con la cultura pop. La transmisión global por Netflix rompió barreras, llevando la pelea a millones de hogares y consolidando un nuevo modelo de negocio para el boxeo, cada vez más cercano a la lógica del entretenimiento digital.
Los analistas coinciden en que lo vivido en el Allegiant Stadium fue una “masterclass” de Crawford, pero también un parteaguas para el futuro del boxeo. Se demostró que las grandes peleas aún pueden generar expectativa, romper récords de audiencia y atraer nuevas generaciones de aficionados. En un deporte que muchos daban por “moribundo”, esta velada encendió una chispa de esperanza.
Más allá de la derrota, Canelo sigue siendo un referente del boxeo mexicano y mundial. Su capacidad de convocatoria, su disciplina y su disposición a enfrentarse a los mejores lo mantienen como un símbolo. Crawford, en cambio, se erige ya como una leyenda viva, alguien que no solo acumula victorias sino que escribe capítulos inéditos en la historia del deporte.
En conclusión, la pelea no fue solo un choque de estilos, sino un choque de eras. Crawford demostró que el boxeo aún tiene espacio para las epopeyas, mientras que Canelo, con humildad y gallardía, recordó que la grandeza también se mide en las derrotas. La noche de Las Vegas no fue el fin de una carrera, sino la confirmación de que el boxeo, como la vida misma, siempre tiene espacio para la sorpresa, la pasión y la reinvención.